El día que Tom cumplió dos años le regalamos dos gallinas, Harriett y Mildred.

Lo sé, no es el regalo más habitual para un niño que cumple 2 años pero nos pareció que por un lado, sería un regalo muy educativo que nos permitiría darle la oportunidad de asumir pequeñas responsabilidades, seguir fomentando el amor que demuestra por los animales y mantenerlo conectado a nuestro entorno.

Y por otro lado y aún más importante, pensamos que sería un regalo que nos permitiría crear recuerdos familiares.

Ya han pasado casi dos meses desde entonces y Harriett y Mildred ya forman parte de nuestra familia. Gallinas, perros y el pequeño Tom conviven con toda la naturalidad del mundo, tanta que Harriett y Mildred (las gallinas) han adquirido comportamientos de Martin y Robin (las perras): venir a saludarnos, dejarse acariciar, echarse la siesta al sol o hacer la croqueta. Es bonito verlos jugar a todos, Harriett picoteando a Robin y ella respondiéndole con lametones mientras Tom intenta abrazar a su gallina. Verlos corretear por el jardín persiguiéndose los unos a los otros es uno de los mejores momentos de cada día.

Y mientras ellos juegan Òscar cocina un huevo frito del día y juntos lo compartimos sentados bajo el ciruelo.

Las gallinas formarán parte de su infancia, me gusta pensar que cuando sea mayor recordará con cariño esta etapa.

Tal vez cuando sea un hombre adulto y la infancia sea ya un recuerdo lejano y tenga ocasión de volver a comerse un buen huevo frito del día, cuando sentado a la mesa coja una rebanada de pan y al romper la yema mientras se lleva ese trozo de pan a la boca le vengan a la memoria todos esos momentos jugando con las gallinas y las perras en el jardín, el ritual de asomar cada mañana la cabeza dentro del gallinero, la ilusión de encontrar un huevo recién puesto, los huevos fritos que le cocinaba su padre y que nos comíamos en el jardín mientras caía el sol, mientras Martin y Robin asomaban sus naricitas rosas por debajo de la mesa, mientras su madre hacía fotos para conservar esos pequeños momentos y Harriett y Mildred correteaban felices por el terreno mientras nuestros vecinos los burros se asomaban por encima de la valla al oírnos reír.

Ojalá la infancia sea un recuerdo feliz al que siempre desees volver, pequeño leñador. Ojalá puedas viajar hasta ella a través de un huevo frito como los que te comías con tus padres cuando eras niño, debajo del ciruelo, al atardecer.

Gallinas felices criadas en libertad
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